En casa.

Por primera vez en mucho tiempo, más de un año después de la mudanza, me siento en casa. Parecía difícil, ni siquiera yo estaba convencida, pero sé que aquí me voy a quedar.

No es París, no es el ático soñado frente al mar, no es una casa, sino un piso que ni está acabado de reformar, pero ésta sí, ésta es CASA. Yo la llamo así desde hace unos días, aunque los que me rodean la siguen nombrado con el nombre de la calle que, aunque es bonito, me empieza a molestar. No es una dirección en el plano de una ciudad, es mi casa.

No tengo vecinos estables, vivo rodeada de lo que ahora se llama viviendas vacacionales en las que cambian los inquilinos cada dos noches, lo que también me sirve de distracción. Y, aun así, el barrio vive. Demasiado barrio tradicional para que alguien pueda acabar con él.

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