
He leído estos últimos días en los medios que se hacen encuestas preguntado a las personas si han llorado en los días de pandemia. No sabía que se andaría preguntando por algo tan básico que yo me pregunté hace unos meses, y que me escribí a mí misma para no olvidarlo.
Lo recupero ahora porque estoy guardando las libretas en las que he ido anotando cosas a diario y que no sé muy bien si conservar o enviar al contenedor de papel más cercano.
No lloré, en ningún momento y por ningún motivo, durante los primeros meses de confinamiento. Estaba seca, a pesar de ser una persona sentimental y emotiva, de la que suele llorar viendo incluso los dibujos animados… Y no caí en ello en esos días, a pesar de pasar tantas horas despierta y cansada, atemorizada, angustiada, encerrada en mi pequeña parcelita que se convirtió en mi pequeño mundo, sin horizonte más allá del trozo de mar que se ve desde la terraza. Ese mar al que antes me acercaba todas las tardes con los perros, esa playa en la que me quitaba los zapatos y los calcetines y caminaba llenándome los pies de arena, ese mar en el que bañaba apenas los dedos porque, a pesar de ser mediterráneo, era invierno y estaba fría. No he vuelto, y ha pasado ya casi un año. Apenas salía de casa para ir, cada quince días, a la farmacia. Y volvía cada vez más angustiada. Pero no lloraba…
Hasta que un día, allá por noviembre, de repente, y viendo una insuslsa serie en la tele, de esas que te pones las noches que quieres, de verdad, desconectar, lloré, lloré y lloré, sin ningún motivo aparente. Desde entonces, he de limpiarme las gafas todos los días porque he vuelto a empañarlas con lágrimas espontáneas viendo, oyendo o pensando cualquier tontería que se presente en ese momento ante mí. Desde hace unos días procuro ponerme cada noche algún capítulo de una serie emotiva, triste, sentimental, desgarradora, porque necesito que mis lágrimas, ahora que las he recuperado, tengan algún sentido. Estoy viendo New Amsterdam y me acuesto agotada, con los ojos irritados y la nariz llena de mocos de esos que vienen con el llanto. Pero me sienta tan bien que voy a seguir buscando historias que me hagan llorar. Llorar mucho, porque tengo llanto retrasado y no voy a consentir que caduque.